Meditación

Alas y raíces
en el centro
cuando me encuentro
dentro y fuera de mí.





Donde Dios acecha

-A Brian y Alba-


“Si ha de sanar, ha de doler”, 
La Historia Sin Fin.

El dolor puede ser fértil. Aún en las sombras se puede ofrendar el alma, sin que se quiebre, dispuesto a la enseñanza. Siempre hay una grieta donde acecha Dios, dice Borges. Yo vi la grieta o la grieta me vio a mí. 

Entiendo que el sufrimiento a veces es una elección. Quizá tenga que ver con aquellos núcleos que necesitan la figura de una víctima, la predisposición a la negación, al rencor. 

Según el Taoísmo, el sabio no se apega ni a la felicidad ni a la desgracia porque sabe: son pasajeras “a la contracción precede necesariamente la expansión. A la blandura precede la dureza y la fuerza. A la ruina precede la prosperidad”. 

Pero no soy sabia y cae sobre mí el recuerdo de los que perdí. Poco importan estas líneas. Lo cierto es la ausencia. No todos estamos llamados a resignificar la herida. Tan simple y a la vez, tan complejo.

En el arcano sin nombre del Tarot de Marsella, un esqueleto con guadaña siega la tierra preparándola para lo que viene, es una metáfora de la circunstancia en la que deben caer viejos mandatos, hechos, vínculos; preparar el territorio interno para algo nuevo, proceso que implica dolor. Es una instancia intensa, que desembocará en la carta siguiente: La Templanza, el ángel del tiempo, que manipula el fluido vital, las energías negativas y positivas, bendiciendo, purificando, otorgando equilibrio y sutilidad. Hay que pasar la noche oscura hasta llegar al amanecer.

Astrológicamente la llaga se piensa desde Saturno, el sabio anciano, cuyas pruebas materiales nos ofrecen sentido de realidad, deber y disciplina. Pruebas de extrema dureza, hay restricción, hay miedo, hay abismo. Pero el planeta sabe recompensar a quien supera con humildad, la prueba. También Plutón se vincula al dolor, a los retos: a las verdades ocultas que salen a la luz para transformar el mundo psíquico, a la regeneración y a los fines e inicios, al viaje hacia el Inframundo.

Si ha de transformarse, he de gritar. Como el mito egipcio y luego griego de Fénix, el ave que renacía de su ataúd de ceniza. Como una mariposa despierta al calor del sol después de su metamorfosis. Como cantaba la Negra Sosa sobre la cigarra, que cambia su armadura de un trazo para prolongar su vida. Renacer, en una carne nueva, un alma limpia que sabrá volar por nuevas constelaciones. 

Cae el peso de la ausencia sobre mí. El amigo que no pudo más. La joven de mirada clara que no pudo más. Quizá ellos deberían escribir esto. Yo intento transformar. Escribo. Con cada sutura y cada silencio. Cada lágrima y cada desgarramiento. Yo sé, siento, mi rugido de animal herido tuvo un para qué, un sentido luminoso que me acerca al rugido del otro, que me hace comprenderlo, estar en su dimensión: porque yo también no pude más, porque también pensé que la muerte era la única respuesta. Sé, siento, en las grietas Dios acecha. Nacen pájaros en mí cuando el recuerdo de mi amigo y su alegría, cuando la joven de mirada clara y su inocencia. Dios acecha en el amor.