Meditación

Alas y raíces
en el centro
cuando me encuentro
dentro y fuera de mí.





Casinos virtuales

Un clic. Dos clics. Tres clics. La apuesta se sube. La apuesta se baja. Los dados corren. La ruleta. Los Slots. Dedos que se mantendrán despiertos por horas. En el chat se habla inglés, cada palabra, cada frase tiene el potencial de ganar la "rain", una suerte de propina de fichas o monedas virtuales que otorga un robot. Se abren y sostienen fraternidades peculiares. Cimientos de prestarse créditos, seguir o ser seguido por otros para obtener algún beneficio, compartir qué se ha ganado o qué se ha perdido. Algunos chats aceptan avatares de fotografías reales. Las pocas mujeres jugadoras son imágenes de caras, cuerpos o escotes. Un clic. Dos clics. Tres clics. Los juegos corren. No hay límites, o al menos, no podemos saber el hasta dónde del jugador detrás de la pantalla, qué tradición, qué búsqueda, qué Sol. Sin embargo, la timba virtual materializa amistades, flirteos, noviazgos. Algunas serán hierro, otras arenas. Puentes hacia Telegram, Facebook y por qué no, sexo virtual. Quizá los menos. O tal vez nunca lo sabremos. Se trata de ganar, de divertirse. No lo sé. Recibo identidades sin cuerpo, conversaciones sin brillo ni hondura, famas de triste mérito. Mientras escribo, alguien gana monedas. Alguien pierde monedas. Un ser humano se aleja de su humanidad. Es un ser humano que está sufriendo, quizá sin saber por qué.    


Carta de Lectores publicada en el diario La Nación