Me enseñaron a visualizar en rosa para el equilibrio
emocional. Me enseñaron que el Creador encarna en cada ser, para vivir diversas
experiencias. Dos veces Dios se vistió de ambulancia para
salvar mi vida. De mí mismo.
Vivo en la ansiedad y el miedo. Cuando tengo que salir al
mundo. Viajar. Imagino a Jesús y le digo: en vos confío. Le pido su compañía en
cada viaje, en cada calle. Y entonces salgo. El horror y la belleza caminan
juntos. Más la belleza. Un árbol tan joven, una planta madurando en el cemento,
una chica de audiculares bailando con las manos. Cada respiración es quemada
por el rosa. Por las casas que imagino de barro en la piel de la Tierra. Los
animales en comunión con los hombres. La guerra comida por la paz.
Esta vez el colectivo va tan lento que empiezo a sentir los
efectos. Tiemblan mis manos. Cierro los ojos. Rosa. Rosa que me cubre y se
expande. Pero no puedo ir más allá, a las calles que vomitan velocidad y cansancio.
Esta vez no puedo. Algo está cambiando. Empiezo a imaginar alas, a cada
costado, no en mí sino en el colectivo. Escucho gritos.
Abro los ojos apenas. Tiene alas el colectivo. Algunos
pasajeros se abrazan, otros aúllan. Puedo oler el miedo, puedo oler la alegría.
Las alas son blancas y terminan, justamente, en rosa. Gigantescas. Cierro los
ojos.
Vuelvo a abrirlos. Mis compañeros están en grupo cerca del
chofer. Me acerco como puedo. La ciudad se ve pequeña, las torres, los carteles
de publicidad. Un cuerno gigante nace debajo del vidrio. Un cuerno blanco y
brilloso, que no imaginé.