Meditación

Alas y raíces
en el centro
cuando me encuentro
dentro y fuera de mí.





El salario del odio

 “Basta con que un hombre odie a otro 

para que el odio vaya corriendo hasta la humanidad entera”, 

Jean Paul Sartre.


Pienso luego existo, proclamaba el filósofo Descartes; León Felipe, el poeta español, manifestaba algo así: lloro, río, grito luego existo. Parece que actualmente es “odio luego existo”. No intentamos en este texto acobijarnos en el fatalismo sino exponer una mirada. 

El sapiencial libro Kybalion -Hermes Trismegisto, enseñanzas herméticas aparecidas en 1908- profesa en La Ley de Polaridad: “Todo es doble, todo tiene dos polos; todo, su par de opuestos: los semejantes y los antagónicos son lo mismo; los opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado; los extremos se tocan; todas las verdades son medias verdades, todas las paradojas pueden reconciliarse”. Queremos significar que el odio y el amor son polos que comparten un camino de graduación. Es dicho sendero el que tendríamos que recorrer para partir del odio hacia el amor. Sé, parece Ciencia Ficción. No lo es. 

Desde chicxs, la familia nos acompaña y -salvo excepciones- nos arroja sus miedos, frustraciones, exigencias, sueños, etc. No es determinante dado que arriba una instancia cuando se nos invita a detenernos para saber qué cargo que no es mío, qué patrones repito que no son míos, ¿qué hago con todo esto, de ahora en adelante? 

Empero, la ruta no es llana. Vamos creciendo. Y trata, además, del afuera. Nuevos mandatos, deberías para ahogar cualquier intento de identidad. Originalidad. Rebeldía.

Hay que ser. ¿Qué pasa si no soy? ¿Qué ocurre si no quiero ser? Soy excluidx o me encierro en mi torre. O intento encajar, sin conseguirlo jamás. 

“Ama a tu prójimo como a ti mismo”, como a ti mismo. Entramos en la misa de lo obvio: quien no se ama a sí mismx no es capaz de amar a la Existencia. Quien corra detrás de la absurda zanahoria no alcanzará los Campos Elíseos -suerte de paraíso en la mitología griega- sino una energía sórdida. El odio. 

El fenómeno de los heaters -odiadorxs- nos resulta añejo en las Redes Sociales y otros espacios, donde todo parecería estar permitido, como aquel/la que asume su virtualidad para dañar a otrxs. Dependerá de la sensibilidad. No todos los seres humanos son frágiles como un hueso, un golpe hábil es capaz de quebrarlo. No todxs somos fuertes como un golpe. 

La tecnología abre puertas, a la par de la creación de algoritmos informáticos injustos, segregadores y otros ocupados en volvernos potenciales clientes. Mas la computadora se apaga, la vida es lo que vamos haciendo de ella. Si el pasado, la sociedad, el sistema me exige ser otrx, ¿cómo podría valorarme siendo yo mismx? ¿Cómo puedo amarme? ¿Cómo puedo respetar a los demás?

Super Man, Super Women! We need you! -nosotros te necesitamos-, enuncian la Tv, la radio, las Redes Sociales, Internet... Probablemente, consumiré lo que fuese para olvidar en lugar de ir hacia mi interioridad. Con una autoestima débil a poco puede atreverse y asumirse. Seguramente, sienta odio por no ser lo que “debería ser”. Quizá desconozca o niegue esa energía tenebrosa que me habita: “corres muy lejos pero no puedes correr de ti mismo”1.  No obstante, el odio es contagioso. Ese es su mayor peligro y trampa. 

El filo durante la historia nos ha demostrado que el odio se contagia. Para avanzar hacia dimensiones gigantescas, donde atrocidades, guerras, genocidios, y toda la triste gama de miserias que pueden desplegarse. En nefastos Pretérito Perfecto Simple y Presente Simple. 

La historia personal y el contexto nos atraviesan, intentan forjarnos a fuego de espada pero bien lo expresó Heráclito -pensador griego, 480 a.C.-: “carácter es destino”. 

Pese a todo, seríamos hipócritas si no mencionáramos que el odio es una emoción natural, humana. Que la hemos sentido, la estamos sintiendo o la sentiremos. 

Aquí retomamos el camino de graduación por el Kybalion, apostamos…

Podríamos preguntarnos en primerísimo lugar: ¿qué tiene esa persona que también tengo yo? Para alejar cualquier proyección. ¿Qué es exactamente lo que pasó? Para asegurarnos lo propio de lo ajeno. ¿Para qué me es útil esta emoción? ¿Será para preservarme?, ¿para poner límites?, ¿para alejar a quien me hirió demasiado injustamente? ¿Quisiera ser de ese modo y también interviene mi envidia?, ¿o es tan diferente que asienta mi limpia elección de vida, benéficamente? ¿Representa él o ella todo lo que se demanda que sea, por todos los frentes, y yo también quisiera ser?, ¿o no quiero ser? ¿Me amo alguna vez por ser quien soy?

A fin de cuentas, tomando las palabras de Helena Blavastky -fundadora de la Sociedad Teosófica, s. XIX-: “nadie es tu amigo, nadie tu enemigo, todos son tus maestros”. El odio puede ser una herramienta de aprendizaje o el código del rey Hammurabi-Babilonia, XVI a.C.-, cuando mal se paga con mal. El odio se contagia. Y se queda preso de aquello a lo cual se odia, enseña el I Ching. Lo cotidiano se transforma en eslabón de una cadena que nos disuelve la compasión. 

Se seguirá navegando entre deberías o se irá despojando de aquello que no nos corresponde. Se sentirá vergüenza cuando las sombras sacudan. Se abrirá la Conciencia. Con el sabio Cronos, tiempo, se podrá ir celebrando por el brío de la andanza, grado a grado. Y se irá naciendo a valorarse con honestidad por saberse amadx y amador/a, simultáneamente. 

Porque “sólo el Amor salvará al mundo”.



1. Bob Marley



Tarot OSHO Zen