Meditación

Alas y raíces
en el centro
cuando me encuentro
dentro y fuera de mí.





Hombre, no me dejás envejecer

“Quien lo siente, lo sabe, Señor”, Bob Marley.


En la antigua Grecia -la hemos nombrado anteriormente- existía la diosa griega, lunar, hechicera, amiga de Perséfone: Hécate. Se la representaba con tres animales: yegua, serpiente, loba. También, en igual de importancia, era la doncella, la madre y la anciana. Siendo esta última la gnosis más poderosa contenida en su figura. Con el trascurso del tiempo fueron Artemisa -diosa casta y cazadora, cuyo arco se relacionaba con la Luna- y Selene -diosa de la Luna- quienes asumieron el rol lunar de Hécate. Por lo tanto, ella fue condenada a ser venerada puertas adentro. Por un tiempo, hasta que el olvido cerró su magia para siempre. 

En la actualidad, se trata solamente de la doncella. No aquella que por su pureza consigue acariciar al legendario unicornio. Se trata de una doncella usual en las Redes Sociales, donde la autocosificación -volverse una cosa- es territorio de numerosas adolescentes y jóvenes y ciertas mujeres. La mirada ajena, la mirada de un otro que despertará cuando las lolas y las colas asuman pantallas. Esta cotidianeidad virtual nos lleva a la vivencia. Cuando la mujer más adulta gana en sabiduría pero parece perder en sensualidad, porque ya es un objeto desarmado, incompleto. Bien nos lo enseña la cultura de lo descartable. Del “por siempre joven”. 

Un hombre puede ser atractivo, indistinta su edad; una mujer no. Poco importan sus experiencias, saberes, sueños. “Es vieja” dicen quienes sólo pueden mirar y no Ver que primero el gran tiempo, Chronos, Saturno, a todos y todas nos alcanza sino también: la belleza y la grandeza de lo maduro. Sin embargo, son cualidades que no llevan curvas de cartón sino la expansión de aquella que ha vivido lo suficiente para reafirmarse a sí misma. Para ser con la vital suma que ha sabido asimilar. 

¿En qué espejos nos estamos contemplando? Es espejos torcidos, quebrados, que poco entienden que doncella, madre, anciana son lo mismo. En el sentido de que somos habitadas por las tres. Y es justamente esa trilogía la que aún nos da fuerza para arremeter contra el patriarcado -vigilancia, predominio, voluntad del hombre sobre la mujer en lo público y en lo privado- con armas poderosas como la lucidez, la rebeldía, la resignificación. Aunque duela. Aunque se llore. Aunque sangre.

Un camino amarillo transitamos, quizá en la urgencia de que el Mago de Oz nos cumpla el anhelo de poder ser aceptadas y valoradas. Al margen de la propia valorización. Transitamos. Simplemente. Con singularidades, talentos, la confianza en nuestros cuerpos, los conocimientos de la maduración. Seguiremos, por ejemplo, siendo sensuales porque la sensualidad es una actitud no una vana cuestión de edad. El refinamiento, la elegancia, muchas veces es patria de la edad bien ganada.  

Mientras, nos fundimos con la Madre Luna, tal vez, le entregamos, como otra cara de Dios, aquello que no podemos. Con esperanza, ternura, fe en su fertilidad. Seremos con la dignidad de la frescura que no pierden las valientes buscadoras. Aunque, hombre, no me dejes envejecer; yo continuaré viviendo a mi peculiar manera. Aunque los mandatos nos exijan ser otras. Yo continuaré viviendo a mi manera. 


Pic desde la Wiki