Meditación

Alas y raíces
en el centro
cuando me encuentro
dentro y fuera de mí.





Shakespeare habla en Mercucio



Diálogo entre Romeo y Mercucio
Escena IV de la obra Romeo y Julieta, de Wiliam Shakespeare.


ROMEO: Vaya, ¿qué soñaste?
MERCUCIO: Que los que sueñan mienten a menudo.
ROMEO: A veces, dormidos en nuestros lechos, soñamos realidades.
MERCUCIO: ¡Oh! Veo por lo que dices que la reina Mab te ha visitado. Es la comadrona de las ilusiones, y, no mayor en su forma que el ágata que luce en el índice de un régidor, viene arrastrada por un tiro de pequeños seres a discurrir por las narices de los dormidos mortales. Los rayos de la rueda de su carro son hechos de largas patas de araña zancuda, el fuelle, de alas de cigarra; el correaje, de la más fina telaraña; las colleras, de húmedos rayos de un claro de luna. Su látigo, formado de un hueso de grillo; tiene por la rienda una hebra sutil. Le sirve de conductor un diminuto cínife, vestido de gris, de menos bulto que la mitad de un pequeño, redondo arador, extraído con una aguja del perezoso dedo de una joven. Su carroza es un cascaroncillo de avellana labrado por la laboriosa ardilla o el viejo gorgojo, inmemorial artífice de los carruajes de las hadas. En semejante vehículo, galopa ella por las noches a través del cerebro de los amantes, que en al acto se entregan a sueños de amor; sobre las rodillas de los cortesanos, que al instante sueñan con reverencias; sobre los dedos de los abogados, que al punto sueñan con honorarios; sobre los labios de las damas, que con besos sueñan sin demora. Estos labios, empero, irritan a Mab con frecuencia, porque exhalan artificiales perfumes y los acribilla de ampollas. A veces el hada se pasea por las narices de un palaciego, que al golpe olfatea en sueños un puesto elevado; a veces viene, con el rabo de un cochino a diezmo, a cosquillear la nariz de un dormido párroco, que a soñar comienza con otra prebenda más; a veces pasa en su coche por el cuello de un soldado, que se pone a soñar con enemigos que degüella, con brechas, con emboscadas, con hojas toledanas, con tragos de cinco brazas de cabida: bate luego el tambor a sus oídos, despierta de una o dos invocaciones, se da a dormir otra vez. Esta misma Mab es la que durante la noche entreteje la crin de los caballos y enreda en asquerosa plica las erizadas cerdas, que, llegadas a desenmarañar, presagian desgracia extrema. Ésta es la hechicera que visita en su lecho a las vírgenes, las somete a presión y, primera maestra, las habitúa a ser mujeres resistentes y sufridas. Ella, ella es la que…
ROMERO: ¡Basta, basta, Mercucio, basta! Patraña es lo que hablas.
MERCUCIO: Tienes razón, hablo de sueños, hijos de un cerebro ocioso, sólo engendro de la vana fantasía; sustancia tan ligera como el aire y más mudable que el viento, que ahora acaricia el helado seno del Norte, y después, irritado, vuelve a la faz y sopla en dirección contraria hacia el vaporoso mediodía.
BENVOLIO: Ese viento de que hablas nos lleva a nosotros. Se ha acabado la cena y llegaremos demasiado tarde.